Papá Noel ha muerto en Motril


Me quedé con todas las ganas de dedicarle un reportaje. Hace dos años lo vi de espaldas, encorvado y metido en su propio personaje; sin más escenario que la calle trasera de un polígono comercial feo y desvencijado y sin más público que dos o tres perrillos tan pobres como él.
Le conocían bien quienes transitaban a diario por un parque empresarial que se va comiendo un campo, también marchito, donde a duras penas mantuvo hasta el final el cobertizo inmundo donde lo encontraron pudriéndose en un olvido que sólo era de él.
Lo busqué en varias ocasiones, con el temor y el pudor de quien quiere contar la historia de quien no la tiene, con la certeza -que siempre tuve- de encontrarme con una mirada fría o un bufido por respuesta. Lo hubiese comprendido de todas todas; pero me podía más mi vocación que la intención. 
Me advirtieron de mil historias de un pasado que nunca me interesó y que, por mor de mi propia educación, nunca me ha servido para justificar ni para enjuiciar la vida de nadie. El presente, su presente, era argumento más que suficiente para ilustrar mi deseo de contar cómo el mundo que me rodea se ha desmoronado ante la indiferencia de todos.
Si lo buscaba no lo encontraba. Si no lo hacía me lo topaba en el momento más inesperado e inútil para intentar un acercamiento con quien se me antojó, desde el primer instante, un Papá Noel convertido en un trapo viejo. Su barba blanca era tan amarilla como la ropa sucia que llevó siempre puesta, como los trastos inservibles que se amontonaban en el carrito. El eterno carrito de la pobreza.
Hace muy pocos días, un despacho de una agencia de noticias daba fe de su muerte. Por decirlo de una manera fríamente periodística. Si lo traducimos al espanto de un mundo enfermo, diremos que lo encontraron tirado entre los cartones y matas infectas de su medio chabola construida a menos de 200 metros de los pisos de lujo de la zona.
Llevaba días, muchos días, inerte como esos muñecos que aparecen entre la basura a los que les falta un brazo y un ojo. Un alma caritativa lo echó en falta al no verlo trajinar en su mísero quehacer de cada mañana de su inexplicable existencia. La policía lo encontró y su estela no duró más que las escasas líneas de una nota de columna sin foto en la parte inferior de la página 4 de cualquier periódico.
Supe que se trataba de él sin tener que leer más que el titular. Es más, mucho antes intuí que pasaría más temprano que tarde. Y también intuí que su muerte no interesaría a nadie. Acaso unos pocos "compartir" en Facebook sin más intención que el morbo del descubrimiento del lado más sórdido de la muerte.
Me dolió profundamente no haber hecho aquel reportaje que hubo de merecer en vida. Hoy reflexiono por su muerte. No pretendí vanagloriarme por volver a escribir, una y otra vez, de cuanto abomino el desprecio de los seres humanos hacia sus semejantes. Quise intentar ayudarle a levantar su bandera personal en un pueblo al que lo que le pasara no importaba lo más mínimo, salvo el hecho de ser un adorno pintoresco en el frenético discurrir diario del polígono industrial.
Muy pronto, un nuevo vial hará que la memoria se olvide que allí vivió y murió un hombre sin pasado ni futuro; tan solo un presente gris y mugriento que él mismos se negó a comprender porque siempre caminó con la cabeza agachada.
Descanse en paz.

Comentarios

  1. Hola Fermín, gracias por este post entrañable.

    Me ha parecido reproducirlo en el Blog de la HOAC DE GRANADA "www.hoacgranada.es" indicando convenientemente su fuentes. Si hubiese algún inconveniente me lo dices y lo arreglamos ...

    Un abrazo.
    Miguel Salinas.

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  2. Gracias, Miguel. Por supuesto que tienes mi permiso y (más que eso) mi gratitud por tu atención personal y sensibilidad. Gracias dobles.

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