¿La loca de la procesión?



En mi pueblo (como resulta que es mi pueblo tengo todo el derecho del mundo a alabarlo o a maldecirlo) ocurren cosas como en todos los pueblos. Pero resulta que a mí me duelen más por aquello de que es mi entorno vital y todo cuanto sucede se relaciona, de manera directa o indirecta, conmigo o con los míos.
Seguro que lo que voy a contar será criticado como tantas y tantas bofetadas que le suelo arrear a las costumbres "de bien" o a aquellos convencionalismos que huelen a alcanfor y a rancio.

Los vídeos corrieron como la pólvora un minuto después de que una mujer se plantase en plena calle, ante el palio de la bella Dolorosa, e hiciese una particularísma interpretación personal del canto de una saeta; a grito pelado, desafiante, desaforado y muy posiblemente hiriente para las adocenadas mentes de quienes se sienten injuriados por todo cuanto huela a algo "anormal".
Desde luego, debe ser la edad o que uno se siente tal vez demasiado lejos de la actual escala de valores con la que se rigen muchos miles de mis convecinos. Yo no la vi, porque ni siquiera estaba en la ciudad, pero lo contemplado en el vídeo no me inspiró indignación, ni vergüenza, ni condena....

Me inspiró pena.

¿Alguien se paró, un solo segundo, a pensar en el por qué de la "actuación" de esta mujer?
¿Alguien se planteó, mínimamente, que el no estar en tus cabales es una enfermedad y no un acto voluntario y consciente?

¿Alguno de vosotros ha tenido o tiene un familiar con Alzhéimer y ha podido comprobar hasta qué punto son capaces de desafiar las leyes de la gravedad de la moral "decente"?. ¿Habéis tenido ocasión de ver a vuestro propio padre cantar a voces en plena calle o ponerse a mear donde primero pillan, sin saber ni su nombre ni el de sus hijos.... YO SÍ. Pudo haberse escapado de su entorno, meterse en la procesión y gritar una saeta, por ejemplo.

Vi, en la grabación, como la gente agachaba la cabeza y aguantaba el chapetón de la inesperada juerga que se montó la mujer en plena carrera oficial. Las mantillas esquivaban la mirada y los pelos alocados de la espontánea que rompió el protocolo cofrade. Y lo único que pensé y pienso es que la pobre seguro que no ha tenido la más mínima oportunidad de acceder al cuidado y la atención que su estado, posiblemente, merece. De nuevo el estigma social, el miedo a quienes parecen perder su norte. Nadie quiere perder su norte y, cuando lo pierden, no se dan cuenta de ello. ¿Tan difícil de entender es esto?. 

A mí ese momento me ha descolocado el viernes santo hasta el punto de que ahora me doy cuenta de que aquí no terminamos de encajar ni entender el mensaje mismo que nosotros traducimos en un dosel dorado sostenido por varales de orfebrería.


Criticadme, pues, que me fije en tantas locas y locos que "afean" las procesiones. A ver quien me viene, ahora, hablándome del perjuicio que pudo hacer al cortejo procesional. Antes, de pequeño, observaba con dolor como la gente se reía de los tonticos de mi pueblo, aquellos que andaban de frente, marcando el paso, junto a la Esperanza. Ahora, a quienes la realidad se les ha escapado de la mente los graban con los móviles y los convierten en un puto trending tropic, y todo esto sin darnos cuenta de que nosotros sí somos locos peligrosos porque hemos perdido hasta la capacidad de acercarnos a esta, otra u otros que como ella se pusieron a gritar en mitad de una procesión y la tratamos como una apestada.


Que Dios nos perdone a todos.

P.D. Lo que relato es una interpretación personal construida a partir de hechos ocurridos en mi pueblo y solo en mi pueblo.

Comentarios

Publicar un comentario