Repartiendo tortas

Fieles a sí mismas (imagen obtenida de la web: http://www.hechoenandalucia.net/149-torta-aguilera-de-antequera.html)
Recuerdo que, de muy pequeño, llegó a casa una película de 35 mm. de aquellas que se utilizaban en los ya casi olvidados proyectores. El film -mudo, porque el proyector no tenía sonido, evidentemente- era una vieja película de blanco y negro en la que, a modo de conclusión, todos los protagonistas terminaban a tartazo limpio en una prehistórica panadería, incluso un monillo muy gracioso que daba y recibía con un arte sin par. La película se llamaba "Recibiendo tortas". Nunca la olvidaré.
Valga esta reflexión para mi particular "oda a una torta". Jamás pensé que escribiría algo así, pero desde hace tiempo me viene pinchando en el interior una vieja deuda pendiente, basada en el casi cariño que desde hace tres largas décadas vengo profesando a un dulce andaluz, curiosamente rústico y de ancestral sabor: Las "Tortas Aguilera".
Hace todo ese tiempo, un buen día llegó a casa un señor vendiendo por los pisos. Nos mostró una bolsa de plástico cilíndrica en la que se disponían, armoniosamente envueltas en papelillo encerado, unos primorosos dulces que el hombre nos recomendó. He de aclarar que aún en esa época aún era normal que alguien te vendiese por las casas, como ta normal es ahora que en plena playa te ofrezcan el tentador paquetito de "Tortas de Algarrobo".
Lo cierto es que las de Aguilera me cayeron tan bien que, años después, me sorprendí a  mí mismo sonriendo cuando las vi en los estantes de los supermercados. Ahí quietas, indelebles al paso del tiempo, manteniendo un packaging que haría a muchos poner el grito en el cielo pero que otros consideran que, precisamente en la fidelidad a sus inicios, radica buena parte del atractivo de estas tortas de Antequera (Málaga), mostradas como un producto de alacena, como un artesanal beso de sobremesa. Y como al César lo que es del César, en mi Covirán más cercano las encuentro como una bendición para paladares algo rendidos al pasado, como el mío, pero siendo a la vez consciente de que la Torta Aguilera es casi un dulce de cabecera, como un empeño personal de las abuelas por mantener cerca de los suyos un bocado clásico, imperecedero y goloso hasta el punto de que por ellas yo le pongo los cuernos -gustosamente- a toda esa asquerosa bollería industrial con que las grandes superficies engordan como pavos a nuestros hijos.
Diréis alguno que otro que he de estar pasadillo de rosca para andar cantando las excelencias del maravilloso regalo antequerano; pero la excelencia debe ser reconocida no por la fama -que bien la merece- sino por el empeño de sus fabricantes en mantener el sello que la hizo diferente hace ya tantos años. ¡Y que dure mucho más!.

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