Miguel Angel

Nunca te conocí, ni supe de tu existencia más que los retazos a empellones que nos servían a bocajarro las noticias, primero y los estremecedores directos que fueron entrándonos a todos en el alma como si nos disparasen con metralla a corazón abierto. 
No queríamos escuchar -sí, escuchar y no oír- los informativos. Conocí el miedo por primera vez pero necesitaba estar pendiente cada segundo de aquellos dos infames días... solo por si al final se abría paso, también a empujones, la esperanza. 
Era para mí un año feliz. Un verano feliz. Pero nunca olvidaré una noche en la que todos los fantasmas nos susurraron cosas terribles a tantos millones de seres humanos que lo único que hemos querido es vivir en este País y vivir en Paz.
No escogí España para nacer, pero aquí estoy. Pero no quiero la España ni de los dos odios ni de ningún odio. No me alineé jamás con nada ni con nadie, pero he sufrido cuando me ha tocado sufrir por los que sufren. 
Lo que le ocurrió a Miguel Angel nos atravesó a todos a la vez. Sentí desde mis adentros tanta impotencia que no tuve ni siquiera deseos de condenar con insultos a sus asesinos; creí hasta el último instante que aparecería maniatado y vivo en algún bosque de la tierra por la que luchó y a la que al final regó con su propia sangre. Sentí que su liberación, sano y salvo, abriría un camino de entendimientos, de perdones difíciles, pero perdones. Creí que llegaría el momento de ir pasando páginas de entrañas arrancadas y sudores de muerte para que España recobrarse su pulso. 
Pero no.
Como tantos otros millones de personas; esa noche no supe que hacer, ni que decir, ni que pensar. Recuerdo que no pude evitar apagar las luces de casa y en la penumbra cálida de una noche triste de verano  encendí una vela y la coloqué en la parte más visible de mi terraza. 
Nunca había rezado por nadie ajeno a mi vida. Pero esa noche lo hice con tanta o más fuerza que si se tratase de mi mejor amigo.
Esa luz, como tantas otras apagadas a destiempo y con la fuerza de todos los males arraigados en lo más profundo de quienes defienden causas inexplicables e incomprensibles para todos los seres humanos, se apagó como un quejido hondo, trágico, insondable, injustificable... absurdo.
Fui, fuimos, incapaces de escuchar más... pues desde ese momento empezamos a oír. Ausente la esperanza anidó en todos nosotros el vacío, ni siquiera la desesperación... el vacío.
Nunca ví a tanta gente llorar sin llorar. Pues el llanto no había sido invitado nunca para acabar esta historia que se nos clavó como un punzón de acero y que cada año, cuando llega este día, se revuelve en los adentros de este país para recordarnos lo vulnerables que somos, la poca altura que hemos tenido en muchos momentos históricos, la fuerza que nos falta para aplastar a quienes siempre han pretendido acobardarnos con el miedo y la muerte... Sin embargo, eso sí, esa larga e interminable noche tuve plena consciencia de que por unas horas todos, todos, todos, habíamos sido hermanos y como hermanos luchábamos en silencio para recuperar a Miguel Angel Blanco. 
Nunca te conocí. Ni supe antes de tu existencia. Pero ahora espero que por muchos años que pasen nada ni nadie nos haga olvidar tu nombre. 
Allá donde estés, gracias por tu valor y por hacernos pensar que no todo está perdido.
Hasta siempre.

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