Precisamente, recordé en estos días otro relato tan precioso como evocador. Se publicó en un libro de las fiestas hace tropecientos mil años y en él el periodista José Martín González, que posteriormente fue nombrado cronista oficial de Motril, recogió un episodio acaecido seguramente entre el final de los años 50 y comienzos de la década siguiente del pasado siglo. Por un extraño prodigio temporal, climático, terráqueo o... mágico, un pequeño mercante que navegaba en aguas del Caribe consiguió sintonizar, como un eco de otro tiempo, una emisión de la extinta Radio Juventud de Motril, a miles de kilómetros de distancia. Pepe Martín me dejó literalmente embebido en esa historia que para muchos puede resultar poco creíble, pero que yo si creo como cierta. La radio es una ráfaga que no conoce ni fronteras ni límites temporales o geográficos. De hecho, en mi niñez, una noche de verano oscura como boca de lobo y en el fresco de una casita de playa junto a Poniente, un receptor multibanda nos sorprendió como un confidente misterioso cuando lanzó -a más de la una de la madrugada- su llamada al orden: "sintonizan Radio San Sebastián". Yo no se cuantos kilómetros mediaban entre la pequeña ciudad del sur de Granada y la Bella Easo, pero a mi me pareció escuchar una voz del otro mundo... Mi padre dijo que las nubes rebotaban la señal desde la otra punta de la Península y yo, claro, acepté esa sencilla y evasiva explicación. Otra vez fue Radio París y su diario hablado en español o Moscú.... Ahora, internet nos ha puesto en la mano la inmensa posibilidad de bucear en las ondas desde el teclado del portátil; yo mismo me sorprendí sonriendo una noche en Berlín mientras escuchaba a Iker Jiménez en directo desde España; es cierto que todo es inmensamente fácil ahora, y me encanta que así sea, pero no por ello muchos de los que hemos tenido la suerte de ir viviendo en primera línea esa transición tecnológica vamos a olvidar que la radio ha sido más que un medio de difusión, una especie de varita mágica que podía sorprenderte en cualquier momento, atraparte y engancharte de por vida. Cuando movías la rueda que cambiaba de dial y la lejanía te metía interferencias impertinentes, agudizabas el oído con una ansiedad en la que yo mismo me reflejo ahora cuando tenía diez o doce años. Y que me digan lo que quieran, pero me enseñaron más mis viejos aparatos de radio, el compacto posterior o la mini-cadena chorizaca que me compré (antes de dar paso al ordenador) me enseñaron más y me aportaron más que todos los libros que he estudiado en mi vida y que han sido unos cuantos.
Comentarios
Me gusta mucho lo que dices y comparto tus criterios, lo que sucede es que mi alma se ve dividida entre la radio y la televisión, dos formas maravillosas de comunicar que un día cambiaron mi vida, a los que añoro de forma inimaginable.
ResponderEliminarRealmente preciosas palabras dedicadas al medio que me cautivó y que aún a día de hoy le sigo dedicando la gran mayoría de las horas del día. La radio es, ha sido y será siempre magia.
ResponderEliminarCarolyna Alanzor