Yesterday


La primera impresión que tuve de Doña Lola fue la de una mujer extraordinariamente feliz, cercana y muy familiar; tanto que, sin tener esta condición por genética, pronto nos adoptó como nietos ya mayores y una vez se marcharon nuestros padres de aquel piso con habitaciones para estudiantes matizó en voz baja las advertencias paternas: “no os preocupéis, yo se que los jóvenes fumáis casi todos. A mi no me importa. Yo lo que quiero es que estéis ‘agustico’ y que no os falte de nada”.  Comenzaba una nueva etapa inmensa, inquietante e ilusionante, algo atenazada al principio por el fantasma de la soledad y el abandono del nidito familiar; por eso mismo, aquel piso de acogida –con señora incluida- parecía una opción intermedia de la que en esos primeros instantes no pude intuir que, al cabo de las semanas, despertaría en mí un cariño increíble por esa mujer, por la que fue abuela de acogida también (en este caso a la inversa) y con la que se entablaría una relación cómplice y de mutua necesidad.
SI por un lado buscábamos el calor de un hogar, con comida ‘de olla’ y sábanas limpias muy alejado de los nuestros, por otro Doña Lola completaba su (yo imaginaba) exigua pensión de viuda al tiempo que recibía el regalo plácido y deseado de la conversación, de la compañía, de la presencia de gente joven que revitalizara aquellos pasillos y habitaciones que tal vez llevaban demasiado tiempo silenciosos y vacíos.
Doña Lola, en todos esos meses de un curso inolvidable, fue un caudal contante de risas, de chascarrillos, de orgullosas historias de nietos lejanos en la distancia, de añoranzas y chismes. Doña Lola bajaba a la tienda cada mañana y siempre volvía con algún caprichillo para sus nietos adoptados que se iban helados de frío a las clases de la facultad no sin antes haberse zampado un pedazo de pan tostado en la ‘carmelita’, regado con aceite y su pizca de sal.
Durante las vacaciones de Navidad la llamé una noche y nunca olvidaré lo que dijo: “Vuelve pronto, te he comprado unas galletas de las que te gustan”. Esa frase me llegó al alma como una bocanada de amor y a través del auricular sentí profundamente la inmensa soledad que se encerraba en la petición.
Doña Lola iba y venía con sus achaques, pero siempre contenta y pizpireta, encantada de vendernos los encantos de una ciudad que comenzaba a florecer en las primeras tardes templadas de una primavera que iba anunciando la despedida inevitable. Sabíamos que no habría un segundo curso con Doña Lola, pues le recomendaron no hacer más esfuerzos que los necesarios y cuidar de dos 'talallones' en edad de golfear pudiera no ser lo más recomendable físicamente, aunque interiormente ella y nosotros hubiéramos deseado compartir muchos más momentos de mesa camilla, de pucheros y de la compañía gratificante y angelical de aquella mujer.
Una noche, cuando ya la cercanía del verano nos forzaba a pasar las noches con las puertas de las habitaciones abiertas, decidí irme a dormir tras una larga sesión de estudio. Pasé de puntillas frente a su dormitorio, preciosamente y débilmente iluminado con el azul claro de una noche que se colaba por la persiana de madera. Intuí que estaba despierta, como tantas madrugadas en las que esperó que volviésemos de alguna farra o nos metiésemos en la cama hartos de café y de hincar codos… En ese momento en su viejo aparato de radio sonaba ‘Yesterday’. Nunca una coincidencia (‘ayer’) fue tan oportuna. Me detuve en silencio unos segundos pues ante mi se reveló con dolorosa realidad el paso de tiempo, la lejanía de los amores idos,  las ausencias imposibles de reemplazar, la soledad inenarrable que la mujer sentiría en sus adentros cada vez que explorase el ayer desde los pliegues de la almohada en una cama sentenciadamente vacía. Yesterday sonó triste e imaginé los ojos de Doña Lola rebuscando en el horizonte que fue quedando atrás y en cuya negrura se iban perdiendo los barquitos cargados de tantas emociones, cariños y risas.
Desde entonces, aborrezco una canción que solo me transmite el miedo al vacío vital, el dolor por las sonrisas y abrazos que no volverán a producirse. Yesterday reafirma en mi el convencimiento de que tal vez vivimos demasiado nuestro tiempo, tanto que buena parte del mismo, en aquel donde tanto habremos de necesitar a los nuestros es precisamente cuando tendremos que pasearnos por habitaciones vacías en las que colgarán las fotos de aquellos días que fueron auténticos días.
Aquel curso tuvimos hogar, pero el descubrimiento fue ella, Doña Lola. Su calor, su voz y sus chascarrillos. No éramos ni sus hijos, ni sus nietos pero puedo jurar y perjurar que en muchos momentos tuve la inmensa sensación de sentirme querido a la vez que orgulloso por haberle procurado todo un año de feliz compañía

Yesterday’ (‘Ayer’) es una balada melancólica de The Beatles grabada en 1965 para el álbum Help! .

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