Angel Alvarez

(Foto de PEDRO MENÉNDEZ, publicada en EL PAIS, el 22 de agosto de 2004)
El poder de hacer evocar, de provocar en otros el despertar de una magia oculta es uno de los dones más preciosos de la naturaleza humana. Pero solo les ha sido concedido a unos pocos seres que lo reparten de manera sencilla y generosa.
Tal era ese poder que yo, con apenas siete u ocho años y sin entender nada de comunicación, fui capaz de imaginar espacios infinitos, desiertos de arena y mar, nubes y nostalgias. Bastaba cualquier disco, cualquier música, para que Ángel Álvarez despertase en el oyente una ‘inquietud inquieta’, una desazón hermosa por intentar comprender qué sentimientos y visiones se esparcían el aire mientras la aguja rascaba los surcos de aquellos valiosísimos vinilos, de aquellas músicas y canciones de todos los confines del mundo, canciones que hablaban de descubrimientos, de libertad, de miedos, de amor… temas, por cierto, inéditos en su gran mayoría en España.
En 1988 el programa ‘Querido Pirulí’, Fernando García Tola emitió una entrevista con este hombre de excepcional vocación. En un momento, Tola se refiere al locutor como “uno de los primeros del susurro”. Un susurro que arrastraba al oyente como una corriente subterránea, cristalina y cálida; un tono de voz que navegaba despacio sobre un espejo plano y sereno… aquella voz de inigualable paz y querencia, ese tono seguro y enamorado… Esa voz fue compañera de mi infancia, en eternas grabaciones de ‘casette’ que mi padre acumuló hasta cientos, sin darse cuenta de que atesoraba un legado radiofónico que marcó una época en el devenir de la comunicación en este país. Ángel Álvarez, de quien pudiera ser que yo mismo adquiriese esa devoción por las ondas, cautivó a millones de oyentes desde el mítico programa de la radiodifusión de todos los tiempos “Vuelo 605”, emitido hasta 1971, pasando por cientos de increíbles programas de música genial e inolvidable, al popular ‘Clásicos de la Música Ligera’, formato que permanece grabado en mi recuerdo, amparado en su voz de notas mullidas, irrepetible, profesional, capaz de hacerte sentir lo más maravilloso que anida en el corazón de una pieza musical, de una canción… Con la maestría y soltura que le dio su amplitud de miras (fue jefe de comunicaciones de vuelo, en Iberia), llegó a acumular más de cuarenta mil discos…
“recuerdos traídos en mis vuelos, que son mi vida…”
La Voz de Madrid, Radio Nacional de España, Radio Madrid, M 80, Cadena Minuto…En todos estos medios, y en muchísimos más, dejó su impronta, su legado, su aportación a la música de todos los tiempos. Sin ser músico, escribió música con su voz y la repartió a varias generaciones de melómanos que terminaron por ser esto y, además, enamorados de la radio. Como yo lo fui y lo soy.
Ángel Álvarez, que falleció en el año 2004, decía en aquel programa de Tola una frase que he adoptado como reveladora: “Hay una gran fidelidad a la voz, porque la voz expresa la sinceridad y el sentimiento del mensaje”. Y es cierto, maestro, muy cierto, inmensamente cierto. Hoy, que la banalidad y -lo que es peor- la vulgaridad ha traspasado peligrosamente la pantalla de la TV y comienza a hacer pinitos en la radio; hoy que no importa la voz, ni el tono, ni el saber enfatizar, ni el preocuparse a diario por la calidad de la expresión, por la necesaria a veces dramatización, por las inflexiones… Hoy locutores sin alma dan puñetazos en la mesa, estornudan en antena y dicen burradas con la misma facilidad que uno va a orinar. Hoy que no importa que el LOCUTOR comunique, que cale en los sentidos del oyente como un susurro cómplice y no como un martillazo, hoy que se exhibe la ramplonería en antena sin ningún rubor, que muchos mal llamados locutores no se molesten siquiera en pronunciar adecuadamente… Hoy se ha perdido completamente la capacidad de expresar esa sinceridad y sentimiento de la que hablaba Ángel Álvarez; hasta tal punto que nos lleva a cambiar de dial como el que come pipas, esperando que en un punto determinado surja una voz amable y profunda que nos ayude a algo que buscamos con aliento y desaliento en nuestra cotidianeidad: A SOÑAR, A EVOCAR.
Esas viejas cintas de casette paternas no podrán perderse nunca. En ellas se guardan muchas horas de saltos al vacío de un alma que buscó en la música el camino hacia el infinito, de nudos en el corazón a fuerza de rememorar horas de melodías que rajaban el alma, de imágenes que Ángel Álvarez nos ayudaba a plasmar en nuestra mente, que solo él recreaba como si fueran hologramas pasando ante nuestros ojos. Combinó la música y los sueños anudándolos con el cordel invisible de una voz única, sosegada, asombrosa… que cambió la historia de la radio en España.

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